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Ha bajado la voz; tiene un gesto pcaro.
Qu clase de aventuras? le pregunto,
asombrado.
De todas clases, seor. Usted se equivoca de
tren. Baja en una ciudad desconocida. Pierde la valija,
lo detienen por error, pasa la noche en la crcel. Seor,
creo que la aventura puede definirse as: un
acontecimiento que sale de lo ordinario sin ser
forzosamente extraordinario. Se habla de la magia de
las aventuras. Le parece justa esta expresión? Quisiera
hacerle una pregunta, seor.
Qu?
Se ruboriza y sonre.
Tal vez sea indiscreta.
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No importa, diga.
Se inclina hacia m y pregunta, con los ojos
entrecerrados:
Ha tenido usted muchas aventuras, seor?
Respondo maquinalmente:
Algunas , echndome hacia atrs, para evitar
su aliento pestfero.
S, lo dije maquinalmente, sin pensarlo. En efecto,
por lo general ms bien me enorgullezco de haber tenido
tantas aventuras. Pero hoy, en cuanto pronuncio estas
palabras, siento una gran indignación contra m mismo:
me parece que miento, que en mi vida he tenido la
menor aventura, o mejor, ni siquiera s qu quiere decir
esa palabra. Al mismo tiempo pesa sobre mis hombros
el mismo desaliento que me asaltó en Hanoi, hace cerca
de cuatro aos, cuando Mercier me apremiaba para
que me uniera a l, y yo, sin contestar, miraba fijo una
estatuita kmer. Y la IDEA, esa gran masa blanca que
tanto me desagradó entonces, est ah; no haba vuelto
a verla durante estos cuatro aos.
Podra preguntarle...? dice el Autodidacto.
Diantre! Que le cuente una de esas famosas
aventuras. Pero ya no quiero decir una palabra sobre
el tema.
Ah digo inclinado sobre sus hombros
estrechos, y apoyando el dedo en una foto , ah est
Santillana, el pueblo ms lindo de Espaa.
Santillana, el pueblo de Gil Blas? No cre que
existiera. Ah, seor, qu provechosa es su
conversación! Bien se ve que usted ha viajado.
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Acompao al Autodidacto hasta la puerta, despus
de atiborrar sus bolsillos de tarjetas postales, grabados
y fotos. Se fue encantado; apagu la luz. Ahora estoy
solo. Completamente solo, no. Todava delante de m
est esa idea que aguarda. Permanece ah, hecha un
ovillo como un gran gato; no explica nada, no se mueve,
se contenta con decir que no. No, no he tenido
aventuras.
Lleno la pipa, la enciendo, me recuesto en la cama
con un abrigo sobre las piernas. Lo que me asombra
es sentirme tan triste y tan cansado. Aunque fuera cierto
que nunca tuve aventuras, qu puede importarme?
Ante todo, me parece que es pura cuestión de palabras.
El asunto de Meknes, por ejemplo, en el que pensaba
hace un rato: un marroqu me saltó encima y quiso
atacarme con una gran navaja. Pero yo le asest un
puetazo debajo de la sien... Empezó a gritar en rabe
y apareció una caterva de piojosos que nos persiguieron
hasta el souk Attarin. Bueno, puede drsele el nombre
que se quiera, pero de todos modos es un hecho que
me sucedió.
Est completamente oscuro y no s muy bien si
mi pipa sigue encendida. Pasa un tranva: relmpago
rojo en el cielo raso. Despus, un coche pesado que
hace temblar la casa. Han de ser las seis.
No he tenido aventuras. Me sucedieron historias,
acontecimientos, incidentes, todo lo que se quiera. Pero
no aventuras. No es cuestión de palabras; comienzo a
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comprender. Hay algo que, sin darme cuenta, me
interesaba ms que nada. No era el amor, Dios mo,
no, ni la gloria, ni la riqueza... Era... En fin, me imagin
que en ciertos momentos mi vida poda adquirir una
cualidad rara y preciosa. No se necesitaban
circunstancias extraordinarias; yo peda exactamente
un poco de rigor. Mi vida actual nada tiene de muy
brillante; pero de vez en cuando, por ejemplo al
escuchar msica en los cafs, yo miraba hacia atrs
y me deca; en otros tiempos, en Londres, en Meknes,
en Tokio conoc momentos admirables, tuve aventuras.
Esto es lo que me quitan. Acabo de saber de pronto,
sin razón aparente, que me he mentido durante diez
aos. Las aventuras estn en los libros. Y naturalmente,
todo lo que se cuenta en los libros puede suceder de
veras, pero no de la misma manera. Era esa manera
de suceder lo que me interesaba tanto.
Ante todo, los comienzos deberan haber sido
verdaderos comienzos. Ay! Ahora veo tan bien lo que
quise. Verdaderos comienzos, que aparecieran como
sones de trompeta, como las primeras notas de una
msica de jazz, bruscamente, cortando de golpe el
hasto, consolidando la duración; esas noches
excepcionales en que uno dice: Paseara si fuera una
noche de mayo . Salimos, acaba de aparecer la luna,
estamos ociosos, vacantes, un poco vacos. Y de golpe,
pensamos: Algo ha sucedido . Cualquier cosa: un
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