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la cultura, embotando la sensibilidad estética e imponiendo un miserable nivel de
mercantilismo y conformidad frente a un falso y superficial ideal de belleza sintética.
Algo por el estilo, murmuró Lew mientras sus de dos se acercaban lentamente al
señalador oculto.
Si me da su palabra, lo desataré, propuso el ex-actor A George y a mí nos vendría
muy bien un poco de ayuda para los detalles de último momento.
Bueno... vaciló Lew. Su dedo tocó el botón. Apretó los dientes y se puso rígido al
oír el auricular detrás de su oído izquierdo.
¡Hola! dijo una voz excitada. Ah, eres tú, Simenov... fija, dentro de unas seis horas...
¡Por supuesto que va a salir bien! ¿Por qué diablos ustedes, estúpidos comunistas,
usarán técnicos americanos si no tienen confianza? Hubo una prolongada pausa.
Miren, ustedes limítense a tener listo el plan. Yo me encargaré del bloqueo de todos los
canales de televisión del planeta. La trasmisión comunista aparecerá en todos los
televisores del continente Norte y Sudamericano. ¡Y no podrán remediarlo de ninguna
manera! ¡No con un transmisor enclavado bajo la Discontinuidad Moróvica en una bóveda
aislada, impulsado por el calor del núcleo! No al emplear todo el fluido interior de la tierra
como antena! ¡Ya está todo listo! Basta de preocuparse y a sincronizar los relojes.
¡Dispararemos a las seis en punto! Se oyó un golpe seco y luego el silencio.
¡Por todos los dioses! balbuceó Lew. ¡Dos blancos y una sola bomba!
Tragó saliva mientras pensaba intensamente.
Googooian, dijo con voz trémula. ¿Está seguro que ese invento suyo bloqueará
toda la televisión y no sólo una parte?
¡Completamente!
¿Y qué me dice de una estación súper-poderosa?
Googooian rió con sorna. Mejor todavía. Las partículas absorberán y volverán a
irradiar en forma de ruido toda radiación electromagnética de choque. Cuanto más
enérgica, mejor.
¡Está decidido! exclamó Lew. Lo ayudaré. Desáteme estas cuerdas y vamos a
trabajar.
VI
Hacia el Este se anunciaba un glorioso amanecer rosado y púrpura cuando Lew,
Googooian, George y Baby Lou se introdujeron en el baluarte excavado en la ladera de la
montaña y se agruparon alrededor del tablero de control del cohete. Con gesto solemne,
el maduro actor-investigador apretó el botón disparador. Un sordo rumor llenó el ámbito
rocoso.
En la pantalla de circuito cerrado vieron cómo emergía del cráter del volcán una proa
aguzada que se fue elevando primero con lentitud y luego, tomando velocidad, se perdió
entre las nubes dejando un rastro de fuego y estruendo.
¡Se produjo! exclamó alborozado Googooian mientras los demás le palmeaban la
espalda riendo alegremente todos menos Lew Jantry. Con gesto sombrío contempló la
nave que se perdía en el espacio.
¡Animo, muchacho! lo animó Googooian. Ya verás que todo saldrá a pedir de
boca.
¡Miren lo que nos vamos a perder! dijo George en tono jovial mientras encendía el
televisor tridimensional en colores de cuarenta y ocho pulgadas. La pantalla vaciló, titiló y
por último se consolidó en la imagen de una mujer con cara de pekinés gigante.
...Querida Sally Sweetbreads, escribe esta televidente, entonó una voz aflautada.
Nunca me pierdo sus programas, lo cual es motivo de problemas entre mi esposo y yo. El
dice que usted le corta la inspiración cuando se pone a dar esos consejos de tipo clínico
justo en el momento más romántico. Firmado, Perpleja. Bueno, Perpleja, suponiendo que
no tienes la intención de cambiar de esposo el rostro rollizo se tino de sarcasmo te
sugeriría un reordenamiento de tu dormitorio. Y ahora...
Esto no es todo lo que nos vamos a perder, gruñó Lew. Cuando la depresión
causada por este artefacto haga su efecto, nos perderemos todo, desde las comidas
hasta los martinis. La desocupación hará estragos. Los impuestos caerán al suelo. Hasta
puede que el gobierno se derrumbe ¡y nosotros anclados acá, en esta isla infernal!
Bah, dijo Googooian. De acuerdo al análisis que llevo efectuado, al quedar
liberadas las energías creadoras actualmente ahogadas por el yugo de la manía
televisiva, se producirá un resurgimiento de todos los aspectos culturales. La ciencia y las
artes experimentarán un reflorecimiento similar al del Renacimiento. Sin duda hará falta
un breve período de reajuste digamos una década. Pero no importa. Nosotros
viviremos aquí muy felices. El interior de la montaña está provisto de todas las
comodidades: aposentos lujosos, una planta de energía nuclear bien protegida, un acopio
de manjares para diez años para complementar la dieta nativa, una nutridísima biblioteca
y discoteca.
En la pantalla, un hombre joven con cara de imbécil abordaba a una mujer de mentón
hundido que tenía puesto un ridículo sombrero.
Señora Wiltoff, ¿podría decirnos con sus propias palabras qué impresión le produce
ser la esposa del hombre que va a ser ejecutado mañana en una trasmisión en cadena
por el brutal asesinato de las nueve coristas cuyas fotos estamos contemplando?
Bueno, Bob, comenzó a decir la entrevistada; de pronto, la imagen osciló y se
transformó en una serie de líneas diagonales. Una nueva imagen se presentó en la
pantalla: la de un hombre de cuello grueso y ojos pequeños.
Cerdos capitalistas, empezó con voz gangosa para quedar luego ahogado bajo un
diluvio de puntos blancos que rápidamente se unieron para formar un rectángulo
luminoso. Un ruido semejante al de las cataratas del Niágara fue creciendo hasta tapar el
sonido.
Hurra! Googooian se puso a brindar mientras abrazaba a sus compañeros de equipo
y Lew se dirigía cariacontecido hacia la puerta. Desde el pequeño balcón que asomaba a
interior del volcán, contempló la plataforma ennegrecida de donde había sido disparado el
cohete pocos minutos antes. Al lado de él había un escalón.
Gracias por ayudar a papá, dijo Baby Lou. Temía que intentaras algo, pero no lo
hiciste. Quizás me equivoqué al juzgarte como hombre de la CÍA.
Bueno... Lew se arrimó a la joven y le pasó un brazo alrededor de la cintura. En
vista de que estamos enterrados aquí, dijo, tratemos de pasarlo lo mejor posible.
¿Que es esto? Baby Lou tanteó el costado de Lew y le sacó algo del sarong. Me
estaba pinchando, dijo y apretó el botón.
¡No! Lew le arrebató el señalador y lo arrojó al foso demasiado tarde. Ya la señal
había volado hacia la nave que esperaba más allá del horizonte.
¡Nunca lo hubiera creído! le espetó Baby Lou al marcharse.
¡Todo el mundo a la playa! vociferó Lew, lanzándose tras ella. ¡Tenemos seis
minutos antes que la isla vuele por los aires!
VII
Era una noche cálida y perfumada seis meses más tarde. Lew, Googooian y Símenov
estaban sentados bajo el cobertizo de ramas que habían construido en una altura,
jugando con un dominó fabricado por ellos, a la luz de un farol. Como música de fondo un
conjunto de guitarras eléctricas nativas tocaban Aloha Oe acompañadas por el estrépito
del generador portátil.
Mañana quizás llegue un barco de abastecimientos, dijo el ruso escrutando el
desierto horizonte.
Lo dudo, comentó Googooian.
En eso apareció Baby Lou seguida por George. No,: no estoy de acuerdo en
compartir los bienes, decía con tono irritado. Padre, dile a George que se deje de
molestarme.
Y... quizás si te hicieras acompañar por Lew...
Ojalá haga la prueba ese actorzuelo de mala muerte, rugió George.
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